RENCOR… ¡FUERA!
Este sentimiento ha sido mi compañero inseparable durante muchos años; siempre tenía grabada en mi mente cualquier comportamiento inadecuado de alguien que, quizás sin proponérselo, me hizo sentir mal.
Esto era una cruz muy pesada, pues además de cargar el disco duro de mi
corazón, vivía retroalimentándola, vanagloriándome de que yo nunca olvidaba las
cosas malas que alguien me hacía, y recuerdo que cuando niña tuve una
“enemiguita”, a la cual dejé de hablarle durante años, y si me pregunto ahora
las razones, sinceramente las ignoro.
Una de las cosas más increíbles del rencor es que en ocasiones se
convierte en algo personalizado, de uso exclusivo, porque la persona que te
causó la herida es posible que ni se acuerde.
Luego de algunos estudios realizados que me indujeron al autoanálisis,
decidí, ya que nunca es tarde para eso, trabajarme esa parte tan negativa, que
era un obstáculo para poder ayudar a otros a superar algo que yo no había
logrado.
Hoy, luego de cerrar algunos capítulos emocionales de mi vida, los
cuales lograban que yo viviera repitiéndome mentalmente cosas no socializadas
de manera adecuada con la persona involucrada, puedo afirmar con la voz más
potente del mundo que realmente me siento liberada, con un corazón libre, sin ataduras y con el espacio
suficiente para dar cabida al mejor de los sentimientos: El amor.