En algunas ocasiones nos quejamos del trabajo, de los hijos, de los
amigos, etc., esto hace que seamos seres inconformes y amargados, nos aferramos
a las quejas, pero nunca nos hemos dedicado a pensar qué hemos hecho para dejar
de tener lo que tenemos.
En cualquier situación que estemos, por difícil que sea, es probable que
nunca hayamos hecho lo necesario para que se dé el cambio. En mi caso
particular, cuando decidí que estaba
harta de la contabilidad y que necesitaba respirar otros aires, me puse a
estudiar psicología, entonces otros horizontes se abrieron a mis ojos.
Hago esta reflexión debido a que
fui a ver a un persona muy apreciada, la cual estuvo muy delicada de salud,
justo cuando él empezó a decirme que su
mujer no lo dejó solo ni un solo segundo, llegó ella, y con una cara de pocos
amigos, dijo que ningún hombre se merece eso, ya que no lo agradece.
Entonces entendí algo que leí en relación a que la llamada vergüenza
ajena, le hace más daño al cerebro que la propia. Les confieso con el corazón en la mano, que quise morir de
la vergüenza, quise que la tierra me tragara. Por Dios, no era momento para eso, los trapos
sucios se lavan en la intimidad del hogar. Si su pareja nunca valoró esto,
quién la obligó a envejecer con él?