Es casi una costumbre en los seres humanos, durante las fechas festivas,
traer al escenario los recuerdos tristes, y dañar el momento.
No siempre se pueden controlar
las emociones, y es humano recordar cosas que estuvieron antes y ya no.
Gracias a Dios y a las técnicas aprendidas durante mis estudios de psicología,
con muchos días anticipados, empecé a
trabajarme algo que podía dañarnos, tanto a mi marido como yo, la celebración navideña.
Ese algo tiene un nombre: Medardo, amigo, hermano, compadre, un ser
humano excepcional, el cual llegó a nuestras vidas para quedarse de manera permanente,
aunque físicamente partió a otra dimensión.
Siempre era la primera en llegar a nuestra casa, una canasta tan fina y exquisita como él.
No ha pasado tanto tiempo de su viaje de ida, y en días pasados, me
encontré con la última que recibimos de él,
y la cual aún yo conservo. Automáticamente la tristeza se apoderó de mí, pero decidí
´´autoreapearme´´.
A renglón seguida, la coloqué en un lugar donde la viera todos los días,
en vez de esconderla, lo cual no resuelve nada, solo puede empeorar la situación.
Repetí en varias ocasiones, que no lo voy a recordar con tristeza, porque
él y ella, eran enemigos, y pude lograr que espiritualmente compartiera un vino con
nosotros, como en aquellos tiempos de bohemia que nunca saldrán de nuestros
corazones.