Estoy totalmente convencida de que nunca se me van a terminar los temas
para escribir, sencillamente porque mis artículos son ligeros, sin grandes
pretensiones y con sucesos que ocurren en mi diario vivir.
Como soy muy amistosa, tengo mucha facilidad para interactuar con
personas, aun cuando tenga poco tiempo tratándolas.
En mi caminata matutina, hay una larga cadena de saludos de personas que a diario me ven pasar.
Todos los días veo a un señor que tiene un negocio de lavar carros, en
plena calle. Para estos fines, conecta una manguera desde un negocio, y la
atraviesa por todo el medio de la calle.
Sucedió que un día no lo vi, y al día siguiente, al verlo, le pregunté
por su salud, me dijo que tuvo problemas con ambas rodillas, pues le dolían
mucho. Yo le respondí, que también he tenido muchos problemas con las mías, y
acto seguido, me pregunta qué uso para
eso.
Como es un señor muy humilde, no entré en muchos detalles, debido a que,
con lo que he invertido en mis piernas, las cuales hasta tienen su nombre (Isadora
y Edith), en honor a dos grandes celebridades, quizás hubiese podido comprar un
carro. Simplemente le dije que tomaba calmantes cuando me dolían.
El señor, de una manera casi teatral, me tocó un hombro, acto seguido,
me dijo que lo mirara a los ojos, que me iba a dar un remedio que me iba a
acordar de él para toda la vida:
“Usted va al mercado y compra tabaco, lo corta en pedacitos, jabón de
cuaba, también picadito y gasolina.
Todo esto, lo mete en una botella y empieza a darse masajes. Se acordará
de mi”.
Realmente, siempre me acordaré de él, porque no entiendo cómo, si él
desarrolló esa fórmula, tiene un nivel de cojera grandísimo. Pensé, en primer
lugar, que no la está usando o no sirve.
Me despedí, dándole las gracias por su
excelente receta, y pensando que a los dominicanos, nos encanta auto
medicarnos.