En algunos momentos siento que le gano la batalla al stress que genera
el encierro, pero reconozco que en ocasiones viene la nostalgia a visitarme,
invitándome a hacer cosas que están prohibidas. Es entonces cuando aprovecho y
le cierro las puertas.
En algunos instantes me pregunto cómo serán las salidas nocturnas, cuando
Nilda, mi sobrina del alma y compañera de diversión y yo, deseemos ir a algún
concierto o ir al teatro. ¿Cómo será la vida
sin máscaras?
Pienso que, de mantenerse esta situación, llegará un momento en que
ellas formarán parte de nuestro vestuario. Se convertirán en un accesorio
indispensable y, además, le quitarán el lugar al pintalabios.
Posiblemente abunden los atracos, ya que no es fácil identificar los
rostros, y si hubiese necesidad de hacer un retrato hablado, pienso que sería
muy difícil.
Parece que de tanto pensar en esto, el día de las madres, mi hija y su
esposo me enviaron un exquisito desayuno sorpresa.
Como mi marido era cómplice, cuando vino el joven enmascarado con su
hermoso regalo, yo, manteniendo una distancia exagerada y llena de pánico, le
pregunté al joven que quién me enviaba eso. Me imagino que el chico pensaría
que estaba en presencia de una loca.
Sólo me
acerqué cuando oí la voz que me decía: ¡Tus hijos, claro!
Eso es parte
de lo que los psicólogos llamamos stress post traumático.
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