Mientras compartía con gente joven, como a mí me encanta, una persona amiga, habló refiriéndose a las penas de amor; llegando a la conclusión de que, quien no ha sufrido por alguien, no ha vivido… Mantuve el silencio, debido a que, de ser cierta esa afirmación, yo siempre he estado muerta.
El más joven del grupo apoyó esta afirmación y, aprovechando la oportunidad, narró una decepción amorosa que tuvo en su adolescencia.
Sucedió un día
de San Valentín, él estaba enamorado como un loco de una “gringa”, como no
tenía nada que regalarle, procedió a vender un Play Station que él tenía,
para comprarle un peluche gigantesco, llevarla a pasear, y guardar unos pesitos
para el pago de taxis.
Descorazonado,
abordó un taxi, mientras dos gruesas lágrimas, salidas desde lo más
profundo de su corazón, rodaban por sus mejillas, mientras en la radio sonaba
una canción muy famosa que dice ♪please don´t go♪.
Luego de que todo andaba de “chupe usted y déjeme el cabo”, un buen día, su supervisora amaneció con los cables cruzados. Le obsequió algo de comer, y mientras nuestro incauto joven degustaba con fruición el manjar obsequiado, este ser sin alma, que hasta ese momento era su jefa inmediata, le comunica, con un dejo de frialdad, que a partir de ese día no lo quería en su área de trabajo, que buscara para donde irse ipso facto.
Él contó, que
casi se atragantó con lo que comía, pero gracias a Dios no hubo necesidad de
llamar al 911, y la vida lo premió yendo a trabajar donde otra jefa, con la cual
se sentía como en la gloria. Todo obra para bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario