
El otro caso se refiere al primer discapacitado en escalar el Monte Everest. Este siempre quiso ser escalador de montañas, creyó que sus sueños iban a cristalizarse y de pronto se desprendió de una gran altura, sufriendo graves fracturas y hasta perdió todos los dientes.
La pierna derecha le quedó prácticamente inutilizada y aunque los médicos le decían que debían amputársela, él se aferraba a la misma.
Cuenta que un día hizo un ritual espiritual con su pierna, que lloró con ella e inclusive le cortó las unas. Con este acto de desprendimiento, finalmente aceptó que debía prescindir de ella.
Admitió que vivió un tiempo de depresión y envidia, pensando en lo que pudo haber sido y no fue, pero luego de tener su pierna artificial empezó a entender que si se podía, que en la vida él era un referente y que su cerebro estaba intacto.
Comenzó a ejercitarse y formó un equipo con el cual llegó a la cima del Monte Everest. Cuando le preguntaron cómo se sintió cuando estaba en la cima contestó: pequeño…
Así me sentí yo, mientras este hombre daba su testimonio, ya que los seres humanos tendemos a vacilar ante el primer fracaso. Al oír esto me sentí tonta, cobarde y mal agradecida…Pido perdón por mi blasfemia.
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