miércoles, 12 de junio de 2019

COMO SIEMPRE ME SUCEDE EN LAS SALAS DE ESPERA


  
Cada vez que  estoy en la sala de espera de una clínica, por más esfuerzos que hago para que no sucedan estas cosas, siempre  aparecen personas que empiezan a contarme su vida.

En algunos ocasiones, muy pocas, las conversaciones son interesantes, y en otras tantas, me aburro tanto, que hasta cambio de lugar, a veces con disimulo, otras no.

El pasado lunes, mientras esperaba el médico, dando seguimiento a mi problema con la rodilla derecha, se sentó una señora, bastante mayor, lucía con más de 70 años, de modo tal, que mi marido quedó ubicado en el medio de las dos.

Se dirigió directamente a mí, detallándome su curriculum, su apellido famoso, en fin, alardeando de cosas de índole profesional, que distaban mucho de su apariencia física, pero igual, por educación, me vi obligada a prestarle atención.

Me preguntó que cuántos años yo creía que ella tenía, a lo cual de manera muy seca, respondí que yo no era buena para esas cosas, ella insistió, pero yo no  caí en su juego.

Parece que en su casa no hay espejo, porque muy orgullosa, al ver que no dije nada, me dijo que ella tenía 64 años, como ya yo estaba harta, mi respuesta fue: Yo tengo 68, entonces  ella con una actitud de  gente que le echan un cubo de agua fría, en una mirada contemplativa, me dijo: ¡Increíble, usted se ve muy bien!, Hasta ahí llegó la conversación. Como diría la doctora Polo:  ¡Caso cerrado!

Autora: Epifania de la Cruz.


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