Como no hago ostentación de ser escritora, y siempre mis temas son como
yo: sencillos, de modo que la gente los
entienda, y aunque estoy segurísima de que en algún momento no muy lejano, voy
a ganar dinero con ellos, me siento muy
cómoda, porque me siento libre.
En mi diario vivir, por difícil que esté la situación, siempre hay algún
motivo para reír, y cuando sucedió esto, no fue la excepción:
Mi hijo me escribió por watssap, y muy emocionado me dijo que encontró la
cruz que adornaba el féretro de su
abuela (mi madre), la cual murió hace más de treinta años.
Creyendo que se las estaba comiendo, me envió la foto. En esos momentos, precisamente, yo estaba enviando un
artículo para ser publicado, pero hice una pausa, porque realmente yo tengo
guardada la cruz que él afirmaba tener.
Procedí a enviarle la foto, y la
gran incógnita a nivel familiar, fue saber quién era el dueño(a) de la cruz que él
había encontrado.
Luego de transcurridas varias horas, mi marido afirma que nuestros hijos, no fueron a la
funeraria, porque les preguntamos si deseaban ir, pero ambos no quisieron, y lo
dejamos en libertad para elegir.
Mi hijo insistía en que él fue, pero la gran pregunta es: Con quién
dejamos a su hermana Paola, si apenas tenía ocho años?
Como hasta ahora, la situación provocó alegría, es mejor dejarla así, y
no seguir buscando de quién es la cruz,
ya que realmente todos, tenemos una.
Autora: Epifania de la Cruz
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