Un día de estos me puse a analizar
el tiempo que ha pasado desde que leí un libro, me decidí a retomar ese hábito
maravilloso.
Tiendo a olvidar tanto los libros
como las películas, por eso empecé por uno que ya había leído y en eso estoy.
Como el Diablo no duerme, y es
sucio, alguien muy apreciado me mostró un libro que estaba leyendo, y la
carátula captó mi atención.
Acto seguido, me torné obsesiva, solo pensaba en eso, conducta
muy frecuente en mí cuando algo me gusta.
No se imaginan el esfuerzo que hice
para conseguir mi objetivo, fue una obra que desarrollé en tres actos:
Acto #1:
Me lanzo y le digo a la persona que
me lo preste cuando termine de leerlo, ella, con el cuerpo, me dijo que no,
pero con una sonrisa tímida y un tanto apenada.
Acto # 2:
Al rato, viene apesadumbrada, me ofrece todas las
explicaciones: “el libro no es mío, podemos leerlo entre las dos”. La idea no
me gusta, qué lío!
Acto #3:
La persona se aparece con el libro (estaba
segurísima de que sería así), me dice que vamos a leerlo entre las dos. Agotada
del proceso, le planteo fotocopiarlo, a lo que ella accede y así lo hice, hasta invertí dinero en el proceso.
Acto sin número y sin nombre en la
historia
Al empezar a leer el libro, nada que ver, no me gustó, ni
siquiera se acerca al tipo de literatura que me gusta…Como decía mi difunta
madre, “Fue más la sal que el chivo”.
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