Algunas ataduras
realmente son muy malas, cuando no aprendemos a soltar, nos hacemos esclavos de
las situaciones.
Con este pensamiento,
traigo a mi mente algo vivido con un perro llamado Tonky, al cual yo amaba con locura.
Era grande y hermoso, todos
los días yo salía al patio, y además de darle su comida, limpiaba la zona donde
él hacía sus necesidades.
Un día nos fuimos de
fin de semana, dejando a mi hijo encargado de su comida, pero cuando regresé, a
pesar de lo alegre que se mostró, sentí
tristeza en su mirada, y pude observar que su área estaba totalmente limpia, lo
que me hizo pensar que en mi ausencia ni defecó ni orinó, y además estaba muy
inquieto.
Preocupada llamé al
veterinario, quien luego de analizarlo concluyó que tenía un problema renal.
Durante varios días el
profesional venía a diario a inyectarlo, logrando con mucha dificultad que
orinara un poquito…Solo movía su pequeño
rabo cuando yo le hablaba. No puedo precisar cuál de los dos estaba más
triste.
Llegó un momento en que
ya no me miraba a los ojos, se colocaba en dirección contraria y con mucha
dificultad trataba, cada vez con más esfuerzo de mover su rabito.
Luego de una semana de sufrimiento
mutuo, entendí que él quería morir, pero yo no lo dejaba ir, luego de derramar
un mar de lágrimas, llamé al veterinario y le dije que no fuera…Ese mismo día Tonky descansó en
paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario