Presencié una
disputa acalorado entre un excelente
padre y un hijo bastante educado y formado en valores, hubo cruces de
palabras feas y todo porque el padre tenía
una situación por resolver y entendía que el hijo ya adulto, agotado también
del ajetreo que debemos enfrentar los dominicanos de nuestra clase para
sobrevivir, debía cumplir de manera inmediata la ordenanza del padre.
Gracias a
Dios primó el respeto y la situación
acabó como debe ser, dialogando
amistosamente y con reconciliación instantánea.
Cuando los
padres envejecemos no entendemos muchas
veces que nuestros hijos han crecido y que ya no son aquellos niños a quienes
no les permitíamos opinar porque se entendía que no tenían derechos, ahora
sabemos que no es así.
Debería ser
que los hijos, especialmente cuando los padres necesitamos de sus conocimientos
para resolver algunas situaciones, acudan al llamado dentro del menor tiempo
posible, pero los padres debemos entender que ya no son chiquitos y que ya
adultos, debemos pedirles ayuda, no exigirla de manera militar, como pasaba en mis tiempos con
algunos padres que siendo los hijos ya mayores , se creían con el derecho de
disponer algunas veces de sus vidas y de
sus cosas y a exigirles como si fueran bebés.
Nuestros
hijos tienen también su larga fila de preocupaciones, tampoco debemos creer que
el haberlos engendrado nos hace dueños de sus decisiones ya cuando ellos han
formado familias, me vino a la memoria cuando estudié la tercera ley de Newton donde postulaba que “A
CADA ACCIÓN CORRESPONDE UNA REACCIÓN IGUAL Y CONTRARIA”…
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