Es posible que a muchos seres humanos nos suceda que, reconociendo que
un artista rompe, en ocasiones, con las normas que rigen la decencia y las
buenas costumbres, muy a pesar de eso, nos gusta, aunque en nuestro interior
sintamos vergüenza.
En mi caso, cuando empezó Omega, con sus grabaciones llenas de
vulgaridades, yo lo detestaba, pero luego grabó un merengue electrónico que me
volvió loca, entonces, aun reconociendo que detestaba su persona, esa
producción me desestabilizó a tal extremo, que me olvidé de su fea voz, debido
a que el arreglo musical resultó excelente.
La situación es diferente cuando un artista, cuyo show nos encanta, comete
un error que nos afecta, nos hace perder los estribos y luego lo perdonamos, pero
de pronto nos sorprende con una canción totalmente llena de vulgaridad, ante un
escenario poblado de personas adultas, inclusive mayores, disfrutando unas
letras tan explícitas, que tan solo imaginarme que yo estuviese en un concierto
de él, acompañada de una persona muy joven, no sé qué hubiera pasado con mi
pudor.
Esto me sucedió cuando vi un concierto donde Elvis Crespo, acompañado de
unos jóvenes reguetoneros, cantó una bachata que se llama, “El tatuaje...” Ay
Dios mío, ¡qué vergüenza!
Hasta ese momento sentía que me gustaría ir a un concierto de él, pero
pensando lo incómodo que me resultaría si estuviera presente cuando cantara esa
canción. Como admito que me gusta, me conformo con verlo por YouTube, obviando
esa canción que agrede mis principios.
Me gustaría saber si él tiene hijas, y de ser así, si se atrevería a
cantar esas letras delante de ellas… Realmente se pasó.
Autora: Epifania de la Cruz.
5-4-2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario